martes, 22 de noviembre de 2011

Fogwill o esa cínica lucidez

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Fogwill o esa cínica lucidez

octubre 30th, 2011 ·

Hace poco más de un año Rodolfo Enrique Fogwill, que por entonces era para muchos el mejor escritor argentino vivo, fue desde su casa en Palermo hasta el Hospital Italiano, donde ya había estado algunas veces, y se internó. Desde ahí mantuvo algunas conversaciones telefónicas con amigos, se reunió con su familia, y pocos días después las complicaciones respiratorias derivadas de un enfisema pulmonar lo mataron. Tenía casi toda su obra publicada (salvo tres libros inéditos que son los que aparecieron hasta hoy entre sus archivos y pertenencias) y se había hecho tiempo para reeditar Los pichiciegos y Vivir afuera, y reordenar sus textos de ficción breve para publicar sus Cuentos completos. Pero a pesar de su notable obra cuentística, y de novelas centrales para la literatura argentina, al momento de su muerte Fogwill no era un escritor debidamente pensado por la crítica. Su obra había sido leída, comentada, reseñada, y existía algún que otro artículo importante que la analizaba. Pero a diferencia de Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Juan José Saer, Rodolfo Walsh (e incluso otros nombres menores), que contaron con críticos de primer nivel que iluminaron y promovieron sus trabajos (Ricardo Piglia, David Viñas, Beatriz Sarlo), la crítica literaria mantenía una deuda con Fogwill. Y todavía la mantiene.
Un año antes de su muerte, el 21 de agosto de 2010, había aparecido Fogwill: realismo y mala conciencia, de Karina Elisabeth Vázquez, donde se analizaban las novelas Vivir afuera, La experiencia sensible y En otro orden de cosas para llegar a la conclusión de que Fogwill había abierto el camino para un nuevo estilo narrativo que, en palabras de Vázquez, “se distancia tanto de la alusión como del realismo mimético practicado hasta mediados de los setenta”. Ahora aparece Fogwill. Literatura de provocación, una antología preparada por la Universidad Nacional de General Sarmiento a partir de las ponencias realizadas por Américo Cristófalo, Daniel Freidemberg, María Pía López, Martina López Casanova, Martín Sozzi y Gabriel Vommaro apenas un mes después de su muerte. En el libro, los autores parecen haberse puesto de acuerdo para abordar los distintos Fogwill que convivían en un mismo escritor: Cristófalo el intelectual incómodo; Freidemberg, el poeta; López Casanova, el cuentista; Sozzi, el personaje público, y Vommaro, el sociólogo. Si bien hay miradas más exaustivas que otras (“En sus poemas Fogwill hace, se permite hacer, aquello que en sus otras facetas no puede; encuentra el espacio en el que al fin puede hacer aquello que no le conviene, aquello que no le da ningún poder, que no sirve para nada”, apunta de manera sagaz Freidemberg), quizá la más interesante sea la de López, que analiza específicamente Los pichiciegos, lo que le permite llamarlo “un etnógrafo de la lengua”, y un cínico lúcido: “Fue cínico porque el cinismo es el nombre de esa incomodidad, del escepticismo que resulta de ver  tras lo bello lo sórdido y tras lo prístino lo corrupto”.
Todos los ensayos del libro resultan, de alguna manera, complementarios, y funcionan como un primer acercamiento analítico global a la obra de Fogwill. Y mientras los lectores esperan la edición de sus libros inéditos, tal vez haya llegado el momento de que la maquinaria crítica se decida a abordar su legado literario. Un corpus que, lejos de lo que opinan unos pocos escépticos, ya es parte fundamental de la literatura argentina del siglo XX.
(Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil).

miércoles, 5 de octubre de 2011

Se estrena Reportaje Documental “Fogwill. El último viaje”

Una producción basada en la última entrevista que concedió el escritor argentino a una Televisión. Este documental es presentado por primera vez en la Muestra Iberoamericana de Cine y Televisión Cultural, en Mar del Plata, Argentina. El documental reportaje es dirigido por Gustavo Mota y producido por el programa TEIB (Televisión Educativa Iberoamericana).
 Próximamente Mediateca Fogwill contará con dicho material en forma exclusiva. ( Gracias a la colaboración de Gustavo Mota)

martes, 23 de agosto de 2011

Revista Ñ (Clarin)

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS, SEGÚN FOGWILL


* Aparecen tres libros inéditos de Fogwill

El relato de un sueño no siempre es el sueño. Es, antes que nada, el relato. Fogwill, el escritor que murió hace un año en el Hospital Italiano, escribía sus sueños. En un cuaderno, casi un año antes de que lo internaran, anotó uno de los últimos: “Sueño con hospitales..., Italiano, París y Quilmes”. En 2012 se publicarán esos cuadernos, con el título de La gran ventana de los sueños. Hoy, en estas páginas, se puede leer un fragmento del prólogo de ese libro y uno de los sueños.
Como Clarín anticipó a principios de mes, éste es uno de los tres libros inéditos que dejó el escritor. También se editarán una novela corta, La introducción, y Nuestro modo de vida, una novela de 1980, de la que apareció una copia escrita a máquina.
Los sueños fueron soñados por Fogwill desde los 12, 13 años. Hay sueños en los aparecen Franz Kafka, García Márquez y Tomás Eloy Martínez. Y uno en el que Fogwill camina con Cristina Fernández de Kirchner, porque Néstor había muerto. Pero Fogwill lo soñó dos meses antes de la muerte del ex Presidente.


La gran ventana de los sueños

Prólogo (Fragmento)
Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus no imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años. A eso se llama vivir, o haber vivido, pendiente de un olvido. Es natural ahora, cuando el olvido roe las neuronas, pero aún recuerdo que aquella vez, hace casi cuarenta años, soñé y olvidé y desde entonces pienso que el grueso de la memoria se compone de cosas negras hechas de puro olvido. La memoria está llena de olvido, llena de olvido, vacía de sí, llena de olvido, casi hecha de puro olvido. Uno mismo termina hecho de puro olvido. La idea era recordar los sueños. (...) Joven, pronto imaginé que bastaba tomarlos en serio y recordarlos al despertar y evocarlos un par de veces rato después de despertar, para fijarlos en la memoria. Por un tiempo. Parece que el sueño sucede en un espacio (¿será la mente, la conciencia, el interior..?) al que vendrían a caer los sueños siguientes para desplazarlos a otro lado. La nada oscura. A veces pienso, –y es como un sueño ese pensar–, que si realmente uno tomase con toda seriedad el propósito de recordar los sueños y se aplicase a ello y se esforzase, podría llegar a recordarlos a todos. Es decir, recordaría incluso a los que fueron olvidados. Al menos su nombre, “sueño del pato que habla”, “sueño del zapatito de la bailarina”, etc. Pero venimos hechos de una materia incapaz de esforzarse mucho y muy poco propensa a tomarse alguna cosa con seriedad. Por eso, si uno quisiera recordar los sueños, podría anotarlos al despertar y ejercitarse en aprender a despertar en el momento justo de haberlos soñado: abrir esa ventana. Alguien se estará preguntando porque este relato de una muestra de cosas soñadas se llama “la gran ventana de los sueños”. (...) Es cierto que me gustó usar la palabra “ventana” y después de elegirla veo que alude a una ventana rara, que no se abre a ninguna parte. Es decir, se abre al sueño: pura imagen y tiempo que no suceden en lugar alguno. Y que ahora, malamente, se reproducen sobre papel como simulando una obra.
Y tal vez sean una obra. Obra del sueño u obra del dueño, siempre será más original que cualquier intento de ficción. Cualquiera –y a mí me ha sucedido– puede volver a escribir o a reescribir la obra de otro, pero nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos con tu propio estilo de soñar, o de escuchar tus sueños.
Sueños de retorno
Los sueños del retorno al colegio, a la infancia o a la universidad son frecuentes. No paso un año sin registrar alguna variante de este género. Me cuentan que lo mismo les ocurre a quienes tuvieron la experiencia del servicio militar obligatorio, y siempre, en sueños, vuelven a convocarlos una y otra vez.
Como ellos, no son sueños que evocan acontecimientos pasados. Ocurren en el presente y el que sueña es uno mismo que, en el presente, debe, por alguna razón debe repetir una experiencia pasada. En mi caso, las causas del retorno son escenas de sueños de terror administrativo: son el extravío de un certificado, o el descubrimiento de un trámite mal realizado los que me obligan a repetir un tramo de mi carrera.
Por ejemplo, en la ceremonia de entrega de diplomas en la universidad me anuncian que, antes de retirar el mío, debo cursar una materia del primer ciclo de la escuela secundaria. Por algo que no puede ser sino un error burocrático me han impuesto perder otro año de mi vida en una rutina casi infantil.
Los sueños de retorno tienen algo de pesadilla: padecer la injusticia bajo la forma de una inapelable justicia administrativa. Pero tienen también una parte de soberbia: las experiencias de ser adulto en un ámbito de niños y de asistir a clases con la certidumbre de saber siempre más que cualquier profesor. “Soberbia” es la expresión adecuada para describir la emoción que acompaña al saberse reconocido como mejor informado que la autoridad.
Tienen también un componente mágico: siempre la ventaja que enorgullece en el pasado procede de una propiedad o de una destreza adquirida en el futuro. En los sueños de retorno el que sueña ha madurado o envejecido mientras los otros personajes –generalmente los mismos camaradas de entonces– son idénticos a lo que fueron en el pasado.
Los sueños de retorno son, sin excepción, sueños sobre instituciones. Muchos sueños se escenifican en ámbitos naturales o artificiales creados ad hoc y cuyas autoridades, reglas y límites espaciales se ignoran y tampoco son pertinentes a la historia que se sueña o se vive en el sueño. Pero por lo que conozco de mis sueños y de otros sueños narrados, los de retorno siempre devuelven al que sueña a un espacio institucional, claramente pautado.
En los sueños, a los espacios naturales, estelares, marinos y andinos se llega. A los espacios institucionales se pertenece o se retorna.