Sueños y apariciones de Fogwill ( La Nación)

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Sábado 13 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Semblanza del autor de Vivir afuera, a casi un año de su muerte

Sueños y apariciones de Fogwill

Por Pablo Gianera  | LA NACION
 
 
Hace algunas semanas, mi hija soñó con Fogwill. En el sueño, como en la vigilia, él estaba muerto, pero se presentaba imprevistamente en una reunión familiar. Ella le sacaba una foto, pero luego, al mirar la imagen en el visor de la cámara, Fogwill no aparecía. "Pero no salís, no se te ve?", decía ella en el umbral de la desesperación. "Claro, ¿cómo voy a salir, si estoy muerto?", contestaba él, y cambiaba de tema, hablaba de otra cosa. La frase -que hay que escuchar con su voz- era verosímilmente fogwilliana. El 21 de agosto se cumplirá un año de su muerte, y es de suponer que a muchos de quienes lo conocieron les habrá pasado lo mismo que a mi hija: la imposibilidad de reconocer que Rodolfo Enrique Fogwill no está ya en este mundo.
Pensado de otra manera, sin embargo, Fogwill sigue aquí. El vacío de su ausencia es, de hecho, una variedad de la presencia. No pasa un día sin que se lo mencione en una conversación. En un mail recibido hace menos de una semana, un amigo decía, a propósito de cierta minucia de la vida cultural argentina: "Si Fogwill viviera?". ¿Qué pasaría si Fogwill viviera? No lo sabemos, naturalmente, pero esa posibilidad, esa especulación, pesa como un imperativo. No era necesario; era imprescindible. Esa es su marca: se extraña su figura también porque ahora somos nosotros quienes, para no deshonrar su memoria, debemos ilusoriamente hacer lo que suponemos que él habría hecho, lo que deriva en un absurdo, porque nunca se sabía lo que Fogwill iba a hacer, decir o pensar. Es la condición inapelable del ejemplo. ¿Fogwill, un ejemplo?
En la Feria del Libro de este año, hubo una mesa en su homenaje. Se dijo allí que, en los últimos tiempos, Fogwill, en su condición de lector, fue tal vez en los últimos tiempos menos infalible que en los años 80 y 90, su época imbatible. Uno de sus hijos, Andrés, imaginó una curiosa y conmovedora interpretación de esa presunta decadencia: a mayor falibilidad en la literatura, mayor infalibilidad como padre. Tenía una idea competitiva en la que se mezclaban sexualidad, procreación y literatura. Decía: "Soy el mejor escritor argentino con hijos?, y cinco".
Los hijos son, justamente, quienes se están ocupando de los libros del escritor, sobre todo de aquellos libros todavía no publicados, que por ahora son tres: Nuestro modo de vida , su primera novela -descubierta ahora en Chile, aunque escrita hacia 1980 y desde entonces inédita-; otra novela, La introducción , y La gran ventana de los sueños , un diario de sueños que Fogwill llevaba desde hacía años y del que apenas había publicado algunos en una revista. A diferencia de la mayoría de los sueños, que sólo interesan a quien los sueña, los de Fogwill interpelan también, por sus premoniciones, a quien no los soñó ni los protagoniza. En algunos, conversa con Franz Kafka o con Gabriel García Márquez. En otro, pasea con la Presidenta luego de la muerte de Néstor Kirchner, de la que él no llegó a enterarse. Su último sueño es simplemente un título: "Sueño con hospitales? Italiano, París y Quilmes..." El resto está inconcluso. Meses después, Fogwill murió en el Hospital Italiano y fue enterrado en Quilmes, donde había nacido. Era el reverso de algunas de sus obsesiones durante el último tiempo en la vigilia; una vigilia atenta, por lo menos en las conversaciones, a las misas musicales, la de Bach, las de Haydn, Mozart, Schubert?
Los descubrimientos recientes se completan con notas manuscritas que Fogwill escondía desde 1978, y correspondencia con Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Juan José Saer, Héctor Viel Temperley y César Aira. Todos estos materiales están siendo archivados y cuidados en Malba-Fundación Costantini, que después los pondrá accesibles para la consulta pública. A la vez, sigue activa su página personal de siempre ( http://www.fogwill.com.ar/ ) y se abrió hace poco la Mediateca Fogwill ( http://www.mediatecafogwill.blogspot.com/ ), que administran justamente sus hijos.
En ese blog se pueden consultar, además de artículos y entrevistas, varios videos, entre ellos los de las charlas que Fogwill dio en Montevideo dos semanas antes de su muerte. En uno, muy inspirado, empieza hablando del poeta alemán Friedrich Hölderlin. Recuerda allí, en alemán, los versos finales del poema "Andenken": Was bleibet aber, stiften die Dichter. Lo traduce, literal e idiosicrásicamente: "Cosas que duran, pero las fundan los poetas". De manera más civilizada, se podría decir: "Pero lo que perdura, lo fundan los poetas". Si la poesía, dice Fogwill, revela algo, eso que revela pasa a pertenecer al mundo de las verdades eternas, ese mismo mundo que habita, por ejemplo, el teorema de Pitágoras. Muchos de sus poemas participan de la verdad y de la revelación. Pensemos en Ultimos movimientos , el último libro de poemas que publicó. Todo empieza allí con el "Llamado por los malos poetas" ("Se necesitan malos poetas./ Buenas personas, pero poetas/ malos") y concluye, significativamente, con el verso "es sueño", del poema "La sed está en la boca". En el medio, conocemos al "señor Fogwill", personaje de sí mismo que fuma en pipa tabaco latakia (el miedo al cáncer no mitiga el sabor), que juega con una granada y que espera. Pero la verdad de los poemas, los cuentos y las novelas del Sr. Fogwill no estaba únicamente en el sentido. Es más: se diría que allí era donde menos estaba. Es notable que sus poemas, tan rítmicos, no hayan deparado más obras musicales. El compositor Luis Naón, que compuso una pieza con uno de esos poemas, encuentra una causa: "Su gusto por la variación y las formas musicales le hacía generar ciclos que son, casi solos, ciclos de canciones". En su caso, la música venida de afuera podía parecer una redundancia o una duplicación.
Esto fue siempre válido no sólo para los poemas. En principio, lo es también para los cuentos. A nadie más a que a él, en "Help a él", le estaba reservado reescribir a Jorge Luis Borges y alcanzar una radiactividad equivalente. El título (un anagrama) alude a "El Aleph"; la trama, sin embargo, muestra un desplazamiento desapacible, como si los hechos ocurrieran por segunda vez y mantuvieran la contundencia adánica de la novedad. Hay una muerta que simula volver, y al final se fue para siempre. Borges es una de las matrices de "Help a él"; la otra es Tristán e Isolda, de Richard Wagner, que el protagonista escucha en la voz de la soprano Birgit Nilsson: "De las doscientas cuarenta mil y pico de armonías posibles para un compás?, no menos de tres mil son legítimas -razona el personaje-; de ellas, unas cien podrán ser justificadamente wagnerianas y cincuenta son plausibles para un fragmento de Tristán... Sin embargo, Wagner había elegido una. ¿Qué es Wagner? Wagner, pienso ahora, es convencer al mundo de que sólo esa combinación es la que corresponde para cada compás wagneriano". Con la necesaria sustitución de los términos, lo mismo vale para la prosa de Fogwill.
Después, por supuesto, están las novelas, desde la primigenia Los pichiciegos hasta Vivir afuera . En cierto momento de esta última, Wolff, el protagonista, se obsesiona con la teoría imposible de un matemático según la cual si se toma una pelota de material suficientemente flexible y extensión suficientemente grande, y se la pliega sobre sí misma como un par de medias, bastaría repetir la operación muchas veces para que, después del enésimo pliegue, aparezca un sector de la cara interna de la pelota, lo que volvería inútil la distinción entre exterior e interior. Hay aquí una alegoría de la novela. Para estar "afuera" tiene que existir un "adentro". Vivir afuera no tiene "adentro": la interioridad se conoce por sus signos exteriores. Los personajes mismos están a la intemperie, fuera de sí, "sacados", algo que sabemos no por lo que hacen, por las anécdotas y sus peripecias, sino por cómo hablan, por la materialidad de la lengua con la que Fogwill escribe. Y a propósito de escritura: "Escribir es pensar", lee Saúl, otro personaje de la novela, en un libro que hojea en la biblioteca de Wolff. En el arte, la forma suele ser también la huella del pensamiento.
Dice un poema de Ultimos movimientos : "Pasan los muertos/ Y cuántos son [?].Y el arte de enterrarlos, negarlos/ y volverlos relatos/ en la memoria". Como apariciones incesantes, nos siguen llegando las palabras y las formas de Fogwill. También es mucho todavía lo que falta escribirse sobre ellas y sobre él.
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